Es el instante, en el que todo se olvida y te dejas guiar por esta vida caprichosa, donde los momentos son efímeros y las pasiones se hacen eternas.
Es el espejo del alma, que refleja el arrebato al sentir la piel de gallina, en un frenesí solo conocido por quien expresó el corazón a tanta intensidad.
Es el deseo sobrenatural, que comienza por el entusiasmo y finaliza con la locura, padeciendo un delirio que en la frialdad, solo queda el sufrimiento.
Es el calor que quema suavemente el pecho y arde con una simple lágrima, neutralizando tus cinco sentidos.
Aunque no crea en Dios, porque nunca creí a quien lo inventó. Ni crea en el calvario de un hombre entre tantos, ni en los dolores y el llanto, de la Virgen. No significa que no entienda la pasión de los que llevan meses preparándose para el día glorioso de su bendita semana santa.
Es el pudor del costalero al subir al Cristo del madero, a los cielos. Es una saeta, que entona la melodía de los dioses, palpando la debilidad al arrodillarse ante tanta grandiosidad. Son los miles de nazarenos escoltando con cirios, que poseen un fuego que aviva y que alumbra a una ciudad entera.
No soy nadie para jugar con los sentimientos de lo divino, ni para decir lo que es dolor y lo que es calvario. Solo puedo hablar de la pasión, solo de la pasión. Pronto llegará la magia de la cultura, de nuestra tierra, que guste o no guste, quien lo entienda y no lo comparte, quien crea o quien no crea, la semana santa paseará calmando la sed de los esclavos a base de lágrimas.
Pero no seré yo quien quede cautivo y subyugado de lo que tanto nos a dado y tanto nos ha quitado. Tomaré la semana santa como patrimonio y riqueza de nuestra historia. Lo veré desde la libertad de la expresión, sabiendo que todos somos prisioneros, porque algo hermano tenemos en común, nuestra ignorancia se somete a la ilusión, a aquello que acabamos amando, y aunque luego nos quede la pasión, ella poco a poco nos irá matando.
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