Vivimos en un mundo, donde todos, absolutamente todos, intentan sacar algo de provecho. Un mundo compuesto por personas complicadas y marrulleras. Un mundo donde no importan las consecuencias, siempre que el medio nos haya favorecido.
Sin duda nos sirve la crítica que realizamos hacia nuestro pasado, pues de los errores se aprende. Analizar a fondo los problemas, viendo que nadie se salva de la culpa y el que es inocente, no llegará a ningún lado.
La historia tuvo las preguntas y el presente tiene las respuestas. Crisis que nos hicieron recapacitar y crisis que volvemos a repetir, conflictos entre países y guerrilleros que aún no se han disuelto, terroristas que quisieron dejar las armas y terroristas que aún no la han dejado, hambre en el tercer mundo y desnutrición hoy en día. El hombre, el único animal capaz de tropezar en la misma piedra. No importa cuantas cosas hagamos mal, lo volveremos a repetir.
Corruptos que no distinguen los cariños del dolor, presos del dinero negro y amigos de las armas blancas. Jornaleros a sus servicios, huelgas en las calles y pancartas bien el alto. La protesta no tiene límites, pero por muy fuerte que gritemos, nunca nos van a escuchar. Canciones míticas como el cambalache, abrían los ojos a mentes cerradas.
Como dijo un gaditano: “El bien es lo que te enseñaron, para ser un esclavo, al servicio de los demás.” Por naturaleza propia, el ser humano es maligno, vive de la supervivencia y de la ley del más fuerte. En un siglo XX o en un siglo XXI, para llegar a lo más alto, solo se necesita orgullo, carisma y maldad.
La vida es vida, cuando nos dejamos llevar por la lujuria, cuando descansamos en la pereza, cuando la gula es un vicio controlado, cuando protestamos en la ira, cuando nos tienen envidia, cuando aprovechamos la avaricia y cuando llevamos con arrogancia la soberbia. Corrompe los siete pecados capitales y conquistarás la cima de las montañas de dinero.